"Apretá el puño", dice el Dr. Constante Billota. "Así, ¿ves? Necesito un corazón de ese tamaño".
El pedido suena convincente y no parece haber dudas de que pronto va a estar listo. Más que una orden, un deseo. Y, también, un desafío impuesto que ya no puede ser ignorado. Primero, porque el fin, ambicioso y terco, marca un surco de esperanza y solidaridad en los responsables de aquella tarea y, luego, porque la misión tiene como testigos a los alumnos del taller que miran al profesor encantados con la idea. Los chicos, de entre 9 y 12 años, observan sin decir nada y sueñan con el logro. Están ahí, esperando la respuesta de quien los motiva a conocer por qué y para qué resulta importante saber lo que una impresora 3D es capaz de hacer. No sola, claro. Con las órdenes que ellos mismos tendrán que darle.
Y ahí van, rumbo a la fabricación tridimensional de un corazón de tamaño real para continuar con los avances académicos del curso de Ecocardio fetal que dicta el Dr. Esteban Vázquez, actual Director de Cardiopatías Congénitas de la Provincia de Buenos Aires.
Frente a un reto inédito en la sala, el docente comienza la tarea a la vista de todos los curiosos. Los más chicos se acercan a la mesa de trabajo. Demasiado, tal vez. Entonces es necesario pedirles que observen desde más lejos, que ahí no, porque van a empezar a calibrar la impresora y cualquier movimiento brusco podría cambiar los resultados del proyecto. Pero las ganas de aprender y ser parte pueden más, y ahora todos están alrededor de la máquina.
Ezequiel Vincet, tallerista a cargo de los cursos de Diseño y Fabricación Digital, dice en voz baja que primero tienen que reducir la velocidad de trabajo de la impresora. Lo dice tan bajito que la atención de todos se incrusta en una dimensión jamás experimentada. De lado queda el revoloteo de los más traviesos. Son, ahora, una misma masa que observa detenidamente y en el más absoluto silencio cada paso de la construcción. Necesitamos que nuestro trabajo tenga mucha definición, explica a todos, y les enseña que para eso deberán bajar el nivel de las capas. Pronto, cada uno de los chicos podrá palpar un corazón impreso por ellos mismos. El instante preciso es ahora. Ya.
De un momento a otro, la máquina recibe una orden y comienza su tarea con la justeza y la perfección que el pedido especial del doctor requiere. Nada de errores. Sólo un meticuloso y paciente trabajo de doce horas ininterrumpidas por delante que todos, en conjunto, ya pensaron y diseñaron con anterioridad. Una misión especial y de extrema responsabilidad que lleva adelante el equipo del Aula de Robótica de General Villegas, la ciudad ubicada en el extremo noroeste de la Provincia, cuya población no supera los dieciocho mil habitantes.
Allí, la Directora de Educación, Maricel Mangas, junto a la Coordinadora de Punto Digital, Áurea Gorosurreta y el mismo Vincet con sus alumnos, se embarcan en un viaje de latidos densos y espaciados hasta llegar al objetivo concreto: tener el corazón en sus manos.
Una meta que comenzó a gestarse el 24 de octubre de 2018. Ese día, en uno de los salones del renovado edificio de la calle Belgrano 229, se inauguró el Aula de Robótica y Fabricación Digital, una idea propuesta por la Subsecretaría de Tecnología e Innovación a instancias del Ing. Fernando Lapolla, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Provincia de Buenos Aires conducido por Jorge Elustondo.
El objetivo de cada espacio de aprendizaje ha sido cuidadosamente analizado. El propósito del proyecto es incentivar y mejorar las capacidades vinculadas al uso de la tecnología, funcionando como disparadores e incubadoras de proyectos innovadores que ayuden a resolver las problemáticas sociales, culturales y productivas de cada distrito, y que ha sido abalado con compromiso y responsabilidad por la Gobernadora María Eugenia Vidal.
El Ministerio provincial ya lleva concretadas más de 20 Aulas en todo el territorio bonaerense. Desde entonces, cientos de chicos y adultos pasan por cada salón para conocer sobre el mundo del diseño, la fabricación digital y la robótica, estimulados a desarrollar el aprendizaje colaborativo y la toma de decisiones en equipo.
En Villegas lo entendieron a la perfección. Los equipos aportados por la cartera provincial al Aula de Robótica (impresoras 3D, kits de robótica, mecanos, cajas tecnológicas, sensores y módulos de conexión bluetooth) fueron puestos al servicio de la comunidad, generando así, un resultado de alto impacto para la investigación científica en materia de salud.
Un corazón. Nada menos.
La impresora acaba de terminar la pieza. Es un éxito. Ha pasado toda una noche desde aquel momento en el que el profesor dio comienzo al sueño. Doce horas esperando el primer aporte científico nacido del proyecto de aprendizaje más comentado en la provincia: las Aulas de Robótica, un Spin off de los seis Clubes Sociales de Innovación con los que cuenta el territorio bonaerense. Mayores en su estructura y con una diversidad de cursos ampliamente satisfactoria, son, sin duda, los referentes directos de cada aula.
Un corazón en la mano para que los profesionales de la salud puedan estudiar, descubrir y evacuar dudas. Un elemento nacido de la fusión natural de la solución a una demanda. Un aporte exacto, perfecto, nítido y fiel que facilitará la tarea de los cirujanos que se enfrenten al escenario en el que trabajarán, adquiriendo una mejor visión sobre su estrategia quirúrgica.
Un nuevo logro de todos lo que pensaron y apostaron a las nuevas tecnologías, de los que no tuvieron miedo a ser reemplazados por robots en tareas sensibles, de los que creyeron que el futuro está cada vez más cerca y que, para unirse a su vertiginoso caminar, habrá que seguir trabajando en equipo, atentos a cada necesidad y abrazándose al corazón, en todas sus dimensiones.Como ese corazón reconocido como propio por todos los chicos y adoptado por cada uno de ellos. Ese, que ahora salta de mano en mano, esperando a que el Dr. Billota lo envuelva entre las suyas, llevándolo consigo para empezar a trabajar.