"Religión, Magia, Ciencia y Psicoanálisis" por Ricardo Comasco

| Edición N° 5407

Buenos Aires, Argentina

25-10-2024 |


"Religión, Magia, Ciencia y Psicoanálisis" por Ricardo Comasco

En tiempos en los que varias prácticas discursivas abordan el sufrimiento humano, disputándose lugares de poder en la sociedad, uno de nuestros mayores esfuerzos como psicoanalistas tendría que ser, creo, el de sostener el espacio que le corresponde a nuestra praxis, ya que de ningún modo está asegurado –y esto por varias razones, a las que intentaré aproximarme.


La religión, la magia, la ciencia y el psicoanálisis se ocupan del malestar en la cultura de diferentes formas –para intentar aliviarlo y no para generarlo, es de esperar–. Se trata de cuatro prácticas que se articulan estructuralmente en función de sus diferentes tratamientos de la verdad y el saber, según Lacan. Nos preguntamos entonces qué es lo que pueden ofrecer ante el sufrimiento y a quién se dirigen.  

El psicoanálisis responde a un modo específico de malestar: el producido en la cultura judeocristiana a partir del nacimiento de la ciencia moderna. Estamos marcados por el mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, por la Pasión de Cristo, y tantos otros pasajes de las Escrituras. Por otra parte, nacemos bajo los efectos (y defectos) de una inmixión acelerada de la ciencia y la técnica en nuestro mundo. Digamos también que la magia, siempre que puede, se cuela en nuestras vidas. Entonces, en este contexto, ¿qué lugar para el psicoanálisis?  

En el discurso del psicoanálisis la verdad es un lugar que puede ser ocupado por un saber. No se trata de ‘la adecuación entre la cosa y el intelecto’, como se la define tradicionalmente: es una verdad particular que toca el deseo y el goce. En la religión, una verdad revelada habla desde un Ser al que se le supone todo el saber sobre el sentido. En la magia, un oficiante –el chamán, por ejemplo– opera desde su ‘alma pura’; interviene con el significante y pone en acto un saber ritualizado (no una verdad) que puede tener efectos de sugestión. En la ciencia, la verdad como causa queda forcluida en función de avanzar sobre un saber formal no atribuible a ningún sujeto. 

En un análisis, el saber –entendido como posibles combinatorias significantes–, puede, justamente, advenir al lugar de la verdad como causa material –esto es, como incidencia del significante en la representación del sujeto–. Así, ‘la verdad habla’, aunque en un ‘semi-decir’; y un saber en su lugar viene a decir que no hay un ‘saber todo’, o un ‘sentido pleno’. Pero el ‘saber-hacer’ con la castración, con la falta estructural, puede cambiar radicalmente la posición de un sujeto –con los efectos de alivio sintomático que esto puede conllevar–. El psicoanálisis se ocupa entonces de un sujeto. La ciencia tiene sus diferentes objetos –¿incluyendo el ser humano?–. ¿Alguna otra práctica se ocupa del sujeto? ¿Acaso la religión? ¿O la política?      
 
Tanto Freud como Lacan se expresaron en contra del desplazamiento del psicoanálisis hacia un discurso religioso. Intentaron alejar al psicoanálisis de toda forma de oscurantismo y acercarlo, de distintas maneras, al campo de la ciencia. 

Pero, siguiendo a Lacan, decimos que la fecundidad de la ciencia se sostiene en que acerca de la verdad como causa material no-quiere-saber-nada –fórmula de la ‘forclusión’–. La ciencia produce un sujeto, no lo forcluye (como suele decirse); intenta excluirlo, pero el sujeto permanece como su correlato antinómico. Y es precisamente ahí donde opera el psicoanálisis. La ciencia se ocupa de las verdades formales, de la formalización, de las fórmulas –con sus proposiciones, verdaderas o falsas–. Opera sobre la ‘causa formal’. De ahí sus inmensos logros –y también algunas desgracias–. 

La referencia teórica sobre las ‘cuatro causas’ –formal, final, eficiente y material– es aquí Aristóteles. No estamos seguros de cuán riguroso y claro es el planteo de Lacan al respecto en “La ciencia y la verdad”; parece un poco esquemático y hasta forzado. Muy resumidamente, tendríamos: en la religión, ‘denegación’ de la verdad (del sujeto) y dirección hacia la causa final; en la magia, ‘represión’ de la verdad y poder de la causa eficiente; en la ciencia, ‘forclusión’ de la verdad en pos de la causa formal; y en el psicoanálisis, se trata de ‘hacer hablar’ a la verdad; y así, un saber en su lugar pone en función la causa material –esto es: significante–.  

Las cuatro prácticas mencionadas se disputan lugares en el campo de la política. En sus intenciones –más o menos genuinas– de ocuparse del ‘sujeto sufriente’ –la expresión es de Lacan–, la religión parece inagotable, la ciencia y la tecnología son omnipresentes en nuestro mundo y la magia también parece gozar de ‘buena salud’ (reiki, por nombrar una de sus prácticas). Pero, ¿cuál es el papel del psicoanálisis en este panorama? 

La necesidad de encontrar un sentido a la vida para calmar la angustia hace que la religión ‘verdadera’ y las ‘falsas’ intenten aportarlo todo el tiempo. El psicoanálisis no va en contra del sentido; no, pero se ocupa de este de un modo muy distinto que la religión. 

Que el psicoanálisis mantenga su lugar ante la competencia de otras prácticas dependerá en gran medida de cómo nos situemos ante los diferentes discursos dominantes y qué apertura tengamos al diálogo y la discusión argumentada con prácticas y discursos que lo interpelan –el cognitivismo y los feminismos, entre los principales–.  

Muchas ramas de la psicología apuntan a reducir el espíritu a una cosa, el psiquismo a un determinismo fisiológico, el pensamiento a un acto reflejo, en fin…el ser humano a un insecto. En tanto disciplinas del comportamiento, la adaptación y el condicionamiento, son una especie de escuela de la sumisión y liquidación de la subjetividad. Y encima, pretenden tener un carácter científico. 

La concepción de ciencia que estas disciplinas sostienen no es sino una versión degradada del positivismo, el empirismo y el pragmatismo. Una cuantificación enloquecida, que pretende evaluar y poner cifras a pensamientos y afectos e influir sobre ellos de manera ‘objetiva’, no es más que un simulacro de la ciencia. El cognitivismo, esa creencia de que el hombre es análogo a una máquina que procesa información, muestra un horror proverbial por el sujeto. Se ocupa entonces del ser humano como objeto.           

¿Cómo se relacionan y articulan la ciencia y el psicoanálisis? El psicoanálisis comparte con la ciencia un horizonte: la formalización. Lacan señala una ‘dirección hacia una ciencia conjetural del sujeto’. Pero no se trata de plantear la inclusión o no del psicoanálisis en el campo de la ciencia. Hay una pregunta que constituye el proyecto radical del psicoanálisis, dice Lacan; es la que va de ‘¿es el psicoanálisis una ciencia?’, a, ‘¿qué sería una ciencia que incluyera al psicoanálisis?’.    

La ciencia produce un sujeto que le es antinómico, y que contradice el ideal de unificación, universalización y totalización del ‘discurso de la ciencia’, esa ideología que intenta una operación de cierre de la división y costura de la hiancia subjetiva. El psicoanálisis, por el contrario, procura recuperar la condición particular de cada sujeto al incluir la verdad respecto del deseo y la falta en que se funda. Así, va en contra de toda forma de individualismo, consumismo, nihilismo y totalitarismo. Y a diferencia de otras formas de respuesta al exceso de malestar, como la religión o la magia, se funda, como la ciencia, en un discurso racional y formalmente comunicable.  

Los discursos hegemónicos exigen un ‘sujeto’ calculable y previsible, que opere eficazmente en la maquinaria social. Apuntan al cierre de la hiancia propia de la condición humana; pero la respuesta a esto no dejará de ser el síntoma. Y es aquí donde el psicoanálisis rescata el valor positivo de esta hiancia del sujeto, ya que no sólo es fuente de padecimiento, sino también de creatividad y posibilidad de transformación. Y no sólo a nivel individual. Hay intervenciones posibles más allá del consultorio.  

El psicoanálisis podría operar sobre ciertas ilusiones del discurso de la ciencia; no sobre la ciencia ‘en-sí’, cuyos beneficios estamos lejos de no reconocer. Sería un error gravísimo, tanto epistemológico como político, ubicarnos en contra de la ciencia. Además, las nociones de no-todo y de incompletitud de lo simbólico han sido demostradas en el campo mismo de la ciencia. 

Al psicoanálisis le corresponde la reapertura de las fronteras entre saber y verdad, cerradas por algunas de las otras prácticas trabajadas. A los psicoanalistas, como responsables de una posición y una concepción del sujeto, nos toca, en el contexto sobre el que estuvimos hablando, cuidar –y quizá hacer crecer– el lugar de nuestra praxis.